Siempre es verano cada vez que vivo una circunstancia que cambia mi vida. Desde pequeño le tenía miedo a la cercanía del verano. Se me antojaba seco, lluvioso, y con mucho calor. Me parecía que todos los seres que amaba de una u otra forma iban a morir en verano. Creo que quedé marcado por la muerte de un amigo una tarde infernal de Julio: era verano. Toda mi infancia, a pesar que la mayoría de mis amigos adoraban la llegada del verano, a mí siempre me entristecía. Era cierto que para esas fechas llegaban las vacaciones del colegio, y era la oportunidad de vagar todo el día en casa si me daba la gana, pero también era cierto que la inactividad me mataba, me ponía gruñón e insoportable, y después (casi siempre) de mis descargas negativas, me entraba una fuerte depresión que acababa tumbándome en cualquier rincón de la casa con un sentimiento de culpabilidad sin saber porque, y como consecuencia de esa culpabilidad, me acorralaba unas inmensas ganas de llorar. ¡Qué sentimiento tan raro! Y no se lo puedo atribuir al desarrollo o conflictos hormonales, era simplemente un niño que no sabía lidiar con el verano.